Abolir el antropocentrismo
#Opinión
06/09/2024
Por: David Díaz
Recientemente se ha observado una oleada de indignación en Villavicencio por la tala del árbol emblemático colindante al restaurante Frutos del Mar en el sector de La Grama y por la autorización para talar otro ejemplar en el colegio Francisco José de Caldas, sede Francisco Miranda, ubicado frente a la Estación de Bomberos. El comprensible furor ha desatado críticas respecto a qué se valora en la ciudad; y no precisamente desde el espectro administrativo, pues ya es habitual que la toma de decisiones de los gobiernos de turno se circunscriba a intereses particulares.
Es evidente que en la ciudad esta discusión no se ha complejizado, de hecho, es tan palpable el enorme cinismo de las entidades territoriales y de los actores privados que, una vez talado ese árbol en el sector de La Grama; el restaurante Frutos del Mar instaló múltiples carpas en el espacio público para ubicar sillas y mesas. Las dinámicas del mercado supeditando la “adaptación” y destrucción del entorno con argucias bajo la premisa de poner en el centro de todo al “humano” –quien consume–, pues esa es la finalidad del sistema.
El debate crítico del antropocentrismo está presente en muchos campos y disciplinas; en la arquitectura y el urbanismo no pasa desapercibido, sin embargo, la disquisición académica muchas veces suele estar alejada de las vicisitudes territoriales; ya sea por la indolente visión ombliguista o por la anquilosada actitud de no asumir posiciones políticas. El nivel de superficialidad de las prácticas que se perpetúan parece imitar el reduccionismo modernista de creer que las ciudades son solo extensiones de tierra que se pueden planificar y adaptar a las necesidades humanas; esa manía de “ordenar el territorio” desde las oficinas de las secretarías de planeación, con grupos de “expertos” que ciñen el futuro de las ciudades a partir de leguleyadas normativas para que prime el negocio de mandatarios y terratenientes.
Hace poco más de una década el arquitecto Alberto Saldarriaga Roa escribió que “En la existencia humana siempre hay un mundo por construir, el que se realiza diariamente y se piensa ocasionalmente”. Es necesario discurrir y profundizar a partir de esta consigna, la cual es una crítica al hecho de solo pensar la ciudad de forma esporádica –casi que por accidente–, a diario se observa la ejecución de nuevas construcciones; ladrillos, concreto, sardineles, asfalto y estructuras metálicas acaparan rápidamente las ciudades, pero, la reflexión, el estudio, la deliberación y –sobre todo– la complejización de lo que significa habitar lo urbano es algo que parece estar relegado a pequeños grupos de discusión, ya que, el debate con posibilidad de incidencia está sometido a prácticas instrumentalizadas por entidades territoriales que solo abanderan procesos de participación ciudadana para “cumplir”; un acto mecanizado de llenar listas con nombres y firmas para que todo parezca “consensuado”.
Sin embargo, pensar las ciudades también significa no romantizar esos ligeros procesos de participación ciudadana, sino incentivar espacios de deliberación comunitaria con bases conceptuales rigurosas; anular el propósito de la “seguridad y el confort” a costa de la alteración voraz del ambiente, comprender la compleja relación de las sociedades humanas con los otros seres y con la biósfera, distanciar la prospectiva territorial de la alienación desarrollista de agendas neoliberales como la de la ONU con sus triviales y abstractos “Objetivos de Desarrollo Sostenible – ODS”, repensar esa inevitabilidad impuesta entre ordenamiento territorial y la “voluntad política”, y –por supuesto– quitar al humano como medida y centro de todo, reconociendo sus impactos y responsabilidad en el ambiente, pues pensar el territorio debe propugnar la priorización de la integralidad ecológica, por lo que, abolir el antropocentrismo –en principio– debe ser una premisa básica.