“Dedicaré mi vida al ajetreo y el desorden será mi amo”
#Cuento
29/09/2024
Por: José Vargas
Andrés Caicedo bebe algo de café tibio mientras mira por la ventana del piso 17 de un edificio en el centro de Bogotá. Atrás de él una mesa ovalada con cuatro asientos e igual número de micrófonos esperan por sus compañeros de emisora y un invitado. Frente a él está una ciudad que poco a poco entra en el ajetreo de las seis de la tarde, ese infierno de automóviles que van de un lado al otro llevando a millones de desesperados de regreso a casa. Es septiembre, exactamente el día 29 y el hombre está cumpliendo 47 años.
Gabriel García Márquez ingresa al salón apoyado en un bastón de madera brillante, camina, corre unas sillas y saluda a Andrés -¿Ey y tú qué? -dice el nobel apretando el hombro del caleño mientras su mirada la clava en ese vericueto de las avenidas atestadas de autos -yo bien, ve -responde Caicedo. Gabo mira también de reojo el café de Andrés, su olor es cercano al metal quemándose y por un momento piensa que nunca escribió una novela con epicentro en esa Bogotá que no tiene buen café. García Márquez había regresado al país cinco años atrás y maldecía aquella decisión que catalogaba de maldita.
Jaime Garzón entra al estudio cagado de la risa mientras habla por un celular gigantesco, le da un beso en la frente a Gabo y amenaza con cogerle el culo a Caicedo. -Rolo hijueputa -dice Andrés. Se sirve una taza de café de porquería, se sienta en una silla y sigue hablando: -dígale al senador que lo entrevisto, pero que no se vaya a hacer el guevón con el tema aquel de las putas que metió al apartamento porque se lo voy a preguntar. Garzón vuelve la mirada a sus compañeros que en ese momento hablan entre ellos de libros nunca escritos, de deudas pendientes con la literatura.
De un momento a otro el estudio se llena de gente, una productora grita desesperada que el invitado sufrió un accidente bajándose de su auto, un ciclista lo había arrollado, pero estaba bien, unas costillas rotas y algunas cortadas. El director dice que justo ese día no había una segunda opción, así que la grabación debía cancelarse. Por allá, en el fondo, aparece Caicedo diciendo que no importa, que encienda todo y a grabar, que algo se les ocurrirá -¿Cierto, Jaime, con algo salimos o no? -pregunta Andrés -Hágale y nos reímos un rato -asevera Garzón y Gabo se fue sentando.
Garzón, quien es el conductor del programa de análisis político más escuchado en la historia de Colombia, empieza a hablar imitando al recién electo presidente de la República Andrés Pastrana, pone sus dientes como si fuera un conejo mientras hace un resumen de las noticias del día. Gabo estrábico mirando a Jaime piensa en el conservador que lo entrevistó por allá en los 80 cuando había ganado el Nobel y Caicedo, con una carcajada muda, hace ademanes para que el próximo en hablar no sea él. No hay nada preparado, toda la siguiente hora será improvisada.
Gabo vuelve al tema de los asesinatos de Jorge Humberto González y Jairo Rojas perpetrados unas semanas atrás, habla de los paramilitares, de las herencias del cartel de Medellín y asegura que al país no le van a permitir alcanzar la paz y que, los únicos responsables, son y serán los mismos de siempre. Garzón vuelve diciendo con voz de Ernesto Samper que todas esas cosas pasan a sus espaldas, que por qué razón ningún asesor le cuenta que mataron dos senadores. Mientras tanto, Caicedo, metido en sus pensamientos, no se le ocurre decir algo, solo dibuja un diablito en una hoja a cuadros.
Y así, de un momento a otro, entra la voz de Caicedo en forma de pregunta -¿Ustedes se han imaginado la Colombia por allá del 2020? -Yo creo que a mí me matan en un año o antecitos -dice Garzón cagado de la risa. Gabo, que por un momento se quedó callado, habla y dice que él cree que ya se habrá muerto y Caicedo, con una mano en la cabeza y con la otra agarrando con fuerza la base del micrófono prosigue -Colombia en el 2020 estará en llamas -¿Y usted por qué dice eso? -Pregunta Gabo. -Porque estamos condenados al fracaso -se mete Garzón mientras se caga de risa. -Yo creo que esto solo lo salva el frenesí -dice Caicedo.
-En un país inundado en cocaína el delirio es ir por las calles cuerdos y no con sicodelia en las venas, llevados del diablo, o tomando cervecita en la calle para soportar este mierdero -Arremete Caicedo con más firmeza. Su mirada se agita igual que sus palabras, el panorama sombrío, pero con ciertas luces de ese futuro con mucha cara de presente hace que sus afirmaciones sean agridulces, como aceptando los desastres venideros, pero también el gozo efímero de las victorias tempranas e inconclusas a las que el país está acostumbrado.
-La paz no la firma Pastrana ahora ni nunca, aún hay mucho más muerto por contar -dice Gabo mientras levanta sus manos dejando ver las palmas y mirando a Garzón. -Es que Gabo, a Colombia no la matan los paramilitares, ni la guerrilla, ni el narcotráfico, esto se lo está comiendo es la indiferencia -Responde Garzón a esa invitación de Gabo. -No, mirá. Ustedes no entienden. Lo que yo quiero decir es que, si no nos metemos a discotequear todos los días, a vivir en un frenesí de 365 días, nos morimos todos antes del año 2000 -sentencia Caicedo con una voz serena profundamente demoledora.
-O sea, Andrés, esto ya está perdido para usted -afirma Jaime. -Yo creo que este cuento tiene salvación. -Se salva, pero solo si nos entregamos al ajetreo y al desorden. Es que en el caos en el que vivimos, en donde ya hemos probado hacer de todo, por qué no darle la oportunidad al descontrol para ver si así nos salvamos o nos lleva el putas -Responde Andrés Caicedo quien, mientras hablaba, movía su cuerpo como si estuviera bailando salsa. Gabo, en medio de esa sicodelia hecha carnes del caleño y de las mamadas de gallo interminables del exalcalde menor de Sumapaz se lanza con una afirmación. -Yo creo que Colombia se salva cuando empecemos a dar respuestas a quienes las piden.
Garzón, creyente acérrimo del encuentro, ve en las palabras del nobel un punto de inflexión en la conversación. Jaime, en ese momento, pensaba que quizás si nos sentáramos a mirarnos frente a frente con cualquier desconocido y hasta con los amigos y enemigos sería posible en medio de esa charla encontrar la paz. -Aquí solo basta hablar y entender al otro, como el coronel que más que una persona sin recibir sus cartas era un incomprendido que no solo esperaba que le escribieran, sino que además lo valoraran por encima de esa fama de héroe de guerra que nunca pidió en ese pueblo, es decir como un ser humano -Dijo Jaime mirando a Gabo. -El coronel es como Colombia, espera y espera respuestas que nunca van a llegar y eso es un acto de injusticia, lo que quiero decir es que recibir respuestas es un acto de perdón -Cierra Gabo su idea mirando a Jaime que ya no pensaba en hacer chistes, sino que estaba sentando en la seriedad de la reflexión.
-Yo no digo que no hablemos, no digo que no pactemos, pero es que vivimos pensando en la rumba todo el tiempo para huirle a esos compromisos de país civilizado y aquí lo que nos queda es aceptarnos como lo que somos, una sociedad que no se ha descubierto y que ve a la diferencia como una amenaza. Y es que en el baile todos somos iguales, en el zafarrancho nadie es más que otro. La rumba es algo comunitario, sin reglas y por allí quizás haya respuestas. -Quiero entenderlo más, Andrés -dice Jaime.
-El vallenato aglutina porque acercó a los oprimidos a la posibilidad de replicar lo que hacían las élites en los bailes de salón -dice Gabo. -Eso es otra cosa -replica Jaime. -Quizás lo que esté diciendo Andrés no sea otra cosa que nos entreguemos al delirio y que todo siga su curso a ver qué pasa y eso es como entregarnos a la muerte. -También puede ser aceptarnos como una sociedad rumbera y que en medio de todo eso salga lo que tenga que salir de nosotros. -dice Gabo buscando un vaso con agua con su mirada.
-Ustedes no me comprenden -Dice Andrés.
-Pues explíquese, hermano, hágale a ver -Abre el debate dice Jaime.
-Mañana cuando la paz sea una ilusión, cuando los paramilitares lleguen al Congreso a hablar de paz, cuando la guerrilla siga rechazando sentarse en una mesa sin ese ego mesiánico en el que viven. Cuando muchos políticos caigan presos por colaborar con los genocidas, cuando el noticiero dure una hora hablando de la nueva reina de la yuca, mientras el país se ahoga en masacres, corrupción, robos, banalidades y hasta en pandemias vendidas por las farmacéuticas, ese día nos daremos cuenta de que esto está perdido y debimos hacer algo antes. -Asegura Andrés antes de seguir hablando.
-A nosotros nos han dicho hasta la saciedad que dejemos de asumir la vida en serio y lo dicen los invitados especiales de los programas de televisión. Es decir, nos repiten todos los días desde donde manejan este sistema que dejemos de creer que esto va a mejorar y nos ofrecen pornografía moderna disfrazada de banalidad y mal gusto. Pues bueno, yo digo que nos entreguemos al delirio, a ese frenesí de no hacer otra cosa que vivir enrumbados de día y de noche y en menos de nada las élites, a las que les conviene la guerra, nos estarán hablando de paz y de rodillas pidiéndonos que volvamos a producir. -Habló Andrés puesto de pie y agitando los brazos como político en plaza pública.
-Entonces no sigamos esta corriente absurda, aceptémonos como somos, dejemos de mirar en los vecinos otras formas de hacernos como sociedad y dediquémonos un paro nacional de baile y descontrol. Un movimiento en donde todos y todas salgamos a las calles a no hacer otra cosa que bailar y gozar, o nos arreglamos como país mientras estamos felices o seguimos de camino al barranco con imposturas o esperando que esto algún día mejore. -Terminó de hablar Andrés Caicedo mientras el máster de control le ponía una salsita pegajosa de Bobby Cruz.
-Y yo que pensaba que había armado mucho mierdero en el avión cuando volvía de recibir el Nobel. -Dijo Gabo riendo a carcajadas y con Andrés al borde de bailar esa canción que estaba sonando muy bajito: “Si al justo no respetaron, cuídate tu caballero. Prefieren a Barrabás escribas y fariseos y tan feos como son”. -Entonces Gabito, a dedicarnos a la rumba y ya. -Dijo Jaime mirando al maestro. -¿Y en esas rumbas del fin de los tiempos hay vallenato, Andrés? -Preguntó Gabo mirando a Caicedo. -Solo sé que dedicaré mi vida al ajetreo y el desorden será mi amo, respondió.
Los tres terminaron el programa de radio sin darse cuenta de que, desde hacía media hora, el país ardía en bailes y el descontrol gobernaba en las calles de un país alucinado.