Vive la familia puertoalvirense y su proceso organizativo autogestionario
#Crónica
29/10/2024
Por: Ómar Eduardo Gómez Reina
Al cabo de casi tres décadas y a pesar de la valiosa colaboración de organizaciones no gubernamentales y entidades del Estado como Humanidad Vigente, el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo (CAJAR), y la Comisión de la Verdad, el caso de la masacre paramilitar perpetrada el 4 de mayo de 1998 sobre la población de Puerto Alvira, Meta (corregimiento de Mapiripán, conocido también como Caño Jabón), parecía, hasta hace pocos meses, uno de aquellos que caen en la dispersión organizativa de las víctimas y el borramiento histórico, producto del franco agotamiento frente a la falta de resonancia regional y nacional de sus justas reclamaciones. Gracias a un admirable ejercicio de persistencia, no sucedió así.
Desde hace cuatro meses, a partir del interés suscitado por un grupo conformado en WhatsApp, y al liderazgo natural de Deison Enrique Mayo Blanco “Escalera” (Riosucio, Chocó, 1971), uno de los sobrevivientes, cabeza visible de la colectividad –desde los días en el sur del Meta–, y actual habitante de Villavicencio, la “gran familia puertoalvirense”, como el mismo colectivo de forma fraterna se autodenomina, resurge, ahora fortalecida y cohesionada jurídicamente como la Asociación de Campesinos Desplazados sin Tierra Víctimas de la Violencia, de Puerto Alvira, Meta.
Esta asociación recién germinada cuenta ya con 180 afiliados. El 30 de marzo de 2024, con una asistencia de 300 personas, el colectivo realiza su primera actividad, una integración a modo de reencuentro. Luego, el 4 de mayo, con los oficios de una misa, un culto cristiano y una posterior jornada recreativa, el grupo conmemora los 27 años del hecho luctuoso. Asisten 120 personas. El lugar de estos primeros dos encuentros fue el salón de eventos El tabacurí, un local en el barrio Olímpico, propiedad de Deison, quien funge a su vez como presidente de la Junta de Acción Comunal de dicho barrio y gestiona el préstamo de un espacio vecino, el polideportivo contiguo a la Plaza de Mercado del barrio Popular. El sábado 22 de junio tiene lugar allí el más reciente encuentro de la colectividad.
Esta tercera celebración empieza a las 8:00 a. m. con la preparación del menú del día: un suculento sancocho de 30 gallinas, arroz con menudencias, guacamole y ‘preparada’ de maracuyá. De esta labor se encargan las señoras Alba Pineda, oriunda de Puerto Lleras, Meta, Ana María Alomía Reyes, oriunda de Palmira Valle, y Estela Baquero “Norita”, originaria de San Martín, Meta. Colaboran también en las tareas culinarias diez mujeres afrodescendientes y víctimas del conflicto armado procedentes del litoral pacífico que se unen a la celebración porque quieren aprender de este exitoso y particular caso de asociatividad.
En medio de su esmerada labor, Alba Pineda expresa:
—Es así. Nosotros somos como una familia. Somos tan unidos que lo que le pase a uno nos duele a todos.
El relato de los entrevistados coincide. Los mayores, quienes llegaron al sur del Meta a mediados de los años 70, y aquellos que eran niños a mediados de los años 90, recuerdan con especial afecto los lazos de solidaridad tejidos desde entonces en aquel fértil y recóndito lugar, limítrofe a orillas del río Guaviare, entre la altillanura y el comienzo de la selva amazónica.
—Yo digo que un pueblo como esos no lo vuelve uno a vivir —manifiesta Ana María Alomía, quien trae a la memoria la forma concreta como allí se manifestaba ese apoyo mutuo. —Cuando en alguna familia había escasez, otras le llevaban yuca, plátano, pescado, limones, lo que hiciera falta. También nos ayudábamos mucho si había que sacar a los enfermos. En la semana llegaba dos veces el DC‒3, y avionetas sí todos los días.
En 1998 Puerto Alvira tenía alrededor de 10.000 habitantes. Llegaron a este recodo del departamento, con sus sueños al hombro, campesinos de todas las regiones del país, la mayoría desplazados y despojados por el conflicto armado.
Cuando les pregunto a las mujeres por los destinos actuales de aquellas personas, “Norita” toma la palabra.
—Nosotros tenemos gente hasta en España. —Y sus compañeras completan la lista de países.
—Estados Unidos, Canadá, Argentina, Chile, Australia, Venezuela y Ecuador. Luego enumeran las ciudades y departamentos de Colombia que recuerdan a vuelo de pájaro.
—Aquí mismo, en Villavicencio, en Puerto Rico, Meta, en San José del Guaviare, en Mapiripán, en Puerto Gaitán, en Cristalinas, cerca de Puerto Gaitán, en Puerto Carreño, en Bogotá, en Cúcuta, en Tuluá, en Ibagué, en Fusagasugá. En Otanche y en San Luis de Gaceno en Boyacá.
Sobre la una de la tarde, y a pesar de lo lluvioso del día, llegan al encuentro, una tras otra, procedentes de diferentes puntos de la geografía nacional, familias que a su vez han echado nuevas raíces. Algunas fisonomías se recuerdan entre sí con más facilidad que otras. Hay abundancia de efusivos saludos.
A la hora del almuerzo continúan animados los diálogos en las mesas. Deison realiza una bienvenida informativa y formal. Anuncia que la asociación ya cuenta con su respectivo Número de Identificación Tributaria (NIT) y Registro Único Tributario (RUT), al tiempo que, pronto empezarán los trámites de formalización ante la Agencia Nacional de Tierras, entidad a la cual presentarán una propuesta de granja comunitaria integral.
—Pongan atención, gente. Las asociaciones se crean para que los recursos que se canalicen lleguen a cada familia. Ejemplo, si a nosotros nos dan 1000, 2000, 3000 hectáreas, la idea es trabajarlas entre todos. La granja es un proyecto macro para hacerlo sostenible, y para eso contamos, desde ya, con la ayuda de ingenieros, de gente técnica que sabe cómo se hace eso.
Los asistentes saben bien que la solidaridad del grupo está afincada en la honradez y en la pujanza de cada uno de sus afiliados. Por ello, en cuatro meses han logrado lo que, a otros colectivos de víctimas, con numerosos altibajos, les ha tomado varios años. De esta capacidad asociativa da cuenta el despliegue de actividades que termina por hacer de este sábado, pasado por agua, un compartir ameno y fructífero en el que tiene cabida una generosa entrega de regalos para niños, jóvenes y adultos, gestionada a modo de donación voluntaria entre los afiliados y amigos de la misma asociación. Alternan esta dinámica con presentaciones espontáneas de talentos musicales, la entrega de un premio de $500.000 sorteado con las tres últimas cifras de la Lotería de Boyacá, colectado a partir de la venta de una serie de bonos de participación con un valor de $10.000 por persona, y con cuatro entretenidas y bien premiadas rondas de bingo. “Norita” es la cabeza visible de estas actividades.
Este inédito y exitoso caso de asociatividad se sustenta en una novedosa modalidad de afiliación, sin cuota fija, y de libre reciprocidad —puntualiza Deison—
—Todo se canaliza a través de los eventos mensuales y las rifas. La modalidad de asociación se hace participativa en la medida de las necesidades que surjan.
La jornada continúa con la intervención del abogado Alberto Leguizamón, especialista en justicia transicional, quien ofrece su experticia y expone de forma clara y ordenada la metodología individual y colectiva a seguir en los procesos de reparación integral frente al Estado, invitando a aquellos que daban por perdidas sus oportunidades de resarcimiento, a que reanuden o activen con diligencia y plena seguridad sus respectivas declaraciones y litigios.
Acto seguido, el señor Luis Carlos Hernández Caicedo “Covisan”, sobreviviente de Puerto Alvira y veterano agricultor, enuncia su voluntad de aporte al proyecto de la granja comunitaria. Hace énfasis en las posibilidades de transformación agroindustrial poscosecha de la yuca, el caso que más conoce desde su experiencia personal.
A las 5:30 p. m. Deison pone a consideración una propuesta del grupo de mujeres lideresas afrodescendientes del Cauca y del Valle del Cauca. Se trata de la invitación a la fusión entre el colectivo de víctimas de las negritudes del departamento del Meta y la asociación de víctimas de Puerto Alvira. Dicha articulación organizativa plantea como objetivos centrales el fortalecimiento sociojurídico de la colectividad frente a las instancias gubernativas pertinentes, al tiempo que, una mayor incidencia y visibilidad entre la sociedad civil en general. Acto seguido, de forma amable, y a modo de autocrítica grupal, el mismo “Escalera” hace un llamado de atención: a las 8:00 a. m., según lo acordado, asistió al encuentro un grupo de profesionales de la Unidad para las Víctimas, del Centro Regional Villavicencio, dispuesto a brindar la asesoría jurídica requerida en los casos que hubiese hecho falta. Infortunadamente no se atendió a ese llamado.
—Esa oportunidad se desaprovechó. Hay que ponerle más atención, gente.
La asociación contempla la idea de crear un festival anual de verano en aquellas playas del río Guaviare, aledañas a Caño Jabón que, en otros días, tanta felicidad les brindara.
A este tercer y exitoso encuentro asistieron 150 personas. La despedida, que se calculaba a eso de las 6:00 p. m., ocurrió en medio de cientos de abrazos a las 7:30 de la noche.
—¡Retorno al campo, organizado, con dignidad y respeto! —Puntualiza cada tanto Deison.
Así se constituye la junta directiva de la asociación:
Presidente: Deison Enrique Mayo Blanco.
Vicepresidente: Esaú Molina.
Secretaria: Claudia Carrero.
Tesorera: Estela Baquero, “Norita”.
Fiscal: Ubeni Escobar Pobre.
Vocales: Yaneth Ibarra, José Ángel Fiambre, Wal Disney López, y Alba Pineda.
El 20 de julio de 2024 el colectivo atiende el llamado a la movilización pacífica en apoyo a la Reforma Agraria convocada por el movimiento campesino colombiano y, con ánimo alegre y decidido, sale a marchar por las calles de Villavicencio.
Vive la familia puertoalvirense y su proceso organizativo autogestionario.