Cien años de soledad, una excepción en Netflix

Cien años de soledad, una excepción en Netflix

#Opinión

04/01/2025

Por: José Vargas

Terminé la primera temporada de Cien años de soledad y debo decir que me gustó, pero ese es otro asunto, no hablaré de ello ahora, lo haré más adelante. En algún momento de nuestras vidas nos inculcaron dos cosas que ahora lucen como grandes verdades; que el himno de nuestro país (cualquiera de América Latina) es el segundo más hermoso del mundo después de La marsellesa y que, una película que adapta un libro nunca podrá ser igual o mejor que la versión literaria. Dos enormes falacias que repetimos hasta el cansancio, en muchas ocasiones sin tener la más mínima idea de lo que hablamos.

Lo del himno no es el asunto de este escrito, pero prometo un texto para explicar porque es una mentira enorme o, al menos, por qué no existe sustento para tal afirmación. Desde luego, quiero hablar de los libros que son llevados al cine y que, a miles, incluso a millones, eso les parece una aberración porque desde un altar moral se grita a los cuatro vientos que una película no está a la altura de un libro, aborde el género que aborde. Lo que sí puede suceder es que una pésima historia sea llevada al cine y/o que la producción sea un desastre, pero esas son cosas diferentes.

En primer lugar, hay que entender que el formato audiovisual jamás será igual al del libro, no existe forma mediana de compararlos, quien lo haga es un necio irremediable. La película, el documental o lo que fuera que esté desarrollado en un video tiene unas particularidades y el libro tiene otras. Cuando yo leí que un día José Arcadio Buendía llevó a su hijo, Aureliano, a conocer el hielo, me imaginé esa figura pictórica como un momento en el que el niño veía un trozo enorme sobre una mesa, como esos que pican en los puestos callejeros para hacer bebidas. En la serie al interior de una carpa se abrió un baúl y apareció una cosa grande y alargada, como un gran tabaco traslúcido que desprendía condensación. Dos formas diferentes de recrear la misma escena, dos imágenes, ricas o no, agradables o no, pero dos formatos, dos lenguajes igual de válidos.

La serie es diferente al libro en recrear esas escenas, lo audiovisual tiene incontables recursos para narrar. Hay un momento en el libro en el que se narra el portentoso órgano sexual de José Arcadio y, desde luego, uno se imagina, de mil maneras, esa cosa que Gabo narra de manera muy prolija. Pero, en la serie, no solo la voz en off habla que aquel hombre ha nacido muy bien dotado, si no que exhibe su potencia viril en los encuentros sexuales -muy explícitos- con Pilar Ternera. Los dos formatos nos dan una visión, cada uno, cada consumidor, figura lo que quiere en su cabeza.

Hace poco una persona decía que la serie nunca igualará a la novela porque es una mala copia, pues bueno, es que realmente no es una copia y mucho menos una exacta o que se acerque. No existe la primera película que haya adaptado un libro de manera precisa y no lo es porque tal cosa es imposible, si alguien pudiera hacerlo, entonces sería el mismo libro. Es necesario abordar el asunto desde la óptica del formato, no de la transliteración -si es que cabe esa expresión aquí- ya que los ojos que ven una animación en el cine o en la televisión no son los mismos en un libro. Es decir, la serie responde a unas formas que pretenden llevar una idea, un argumento o incluso expresarlos gráficamente, desde luego. Por su parte, el libro requiere comprensión lectora (aunque el cine también) y una alta imaginación por parte del lector (aunque el cine también).

Lamentablemente la mayoría de los detractores de la serie son unos autoproclamados lectores acérrimos de Gabo que lejos de defender la novela o el formato literario, lo que hacen es hacerle daño a la obra. Esto sucede porque innegablemente vivimos en tiempos en donde las nuevas generaciones se ven apartadas de la literatura, muy cercanas a los formatos audiovisuales y cada una de esas críticas aleja a nuevos y potenciales lectores. Quizás. También porque la obra merece todas las formas de difusión posible, se trata de una de las historias con mayor relevancia mundial de la lengua española, sin que esto implique obviamente la banalización.

Desde luego lo anterior no justifica la construcción de un bodrio, Gabriel García Márquez en vida repitió hasta el cansancio que su obra cumbre era inadaptable al cine. Como también no está claro si la intención de sus hijos sea la de exaltar la obra, la vida del escritor y llevarlo a otros formatos o simplemente es una mercantilización desmedida en la que hay millones de dólares de por medio. Cabe la posibilidad que las intenciones de Gonzalo y Rodrigo García Barcha sean buenas, pero que, de paso, en una de sus apuestas la cosa salga mal en detrimento de su padre.

Sea lo que fuere la serie de Netflix tiene más puntos a favor que en contra, y es aquí en donde hablaré de mis gustos y apreciación de la serie. Quienes están detrás del proyecto audiovisual acertaron desde el inicio, se decantaron por una serie y no una película, tratar de llevar a buen término una obra tan robusta en una o dos horas hubiese resultado muy complejo. Con la serie tienen tiempo y espacio para el desarrollo íntegro de los acontecimientos.

La línea de tiempo de la historia se ve claramente en Macondo, capítulo a capítulo se pasa de un caserío de algunas casas de caña brava a un poblado con calles, casas de dos pisos, plaza central, iglesia, edificios gubernamentales (casa del corregidor) y hasta cementerio. Este último elemento es crucial, refleja con precisión el tiempo, porque durante un lapso la gente no se moría en Macondo, hasta que el mágico Melquiades desaparece en el río. Este suceso lleva a la aparición del cementerio, luego a la casa de José Arcadio hasta llegar al patio de fusilamiento.

La decisión de hacer el pueblo de ceros e irlo modificando de acuerdo al avance del tiempo es un logro superlativo que no se hubiera logrado basando toda la grabación en la misma Aracataca, como sus pobladores lo pidieron y se indignaron al enterarse que todo se hizo en un poblado del Tolima cerca de Ibagué. El vestuario y los elementos al interior de las casas son muy fieles a la descripción que hizo García Márquez en la novela. Por ejemplo, la recreación de Arcadio como el tirano jefe cívico militar de la población es incuestionable.

Uno de los elementos relevantes del formato audiovisual es la fuerza que ejercen los actores y actrices, pues bien, a mi juicio, y no soy experto, considero que la actuación de ellos y ellas es la debida. Los personajes están bien representados, hasta en el color de piel, bigotes, complexión física y personalidad. Lo de Úrsula merece aplausos de pie. Lo del coronel es una representación exquisita. Lo indómito de José Arcadio no deja dudas. La belleza salvaje de Rebeca y la belleza fina de Amaranta son de una fidelidad tremenda.

El asunto gitano era una de mis mayores dudas, es una de las partes más fantasiosas de la novela y sucede al inicio, si allí no se hacía un gran trabajo desde el segundo capítulo se presentarían los primeros malestares. Cada cosa mágica de los gitanos -del gran Melquiades- no tiene fisura, todo lo contrario, atrae e invita a continuar capítulo tras capítulo. Los efectos especiales durante las batallas entre liberales y conservadores están a la altura, la iluminación, el manejo de las sombras, la fotografía y el cuidado de la continuidad terminan por cerrar mi apreciación que la serie no me defrauda, me gusta y me convence que el formato audiovisual le queda muy bien a Macondo.

Cien años de soledad es la clara muestra de que los adefesios disponibles en Netflix son productos de las malas historias y de las malas producciones. Este asunto es clave para decir que en efecto hay series o películas que son un total fracaso, pero eso no significa que el lenguaje audiovisual no tenga valía, todo lo contrario. Es cierto que historias miserables han sido escritas y producciones lamentables se han desarrollado y de eso está repleto Netflix, por suerte, Cien años de soledad es una excepción.

*Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición del medio.

José Vargas

José Vargas

Estudió periodismo para preguntar porque nunca entiende nada y no sabe nada, por admiración a Jaime Garzón y por creer que alguien tiene que contar la historia. Por convicción es cuentista y novelista, más y mejor lo primero que lo segundo. Escribió su primera novela inspirado en el Llano colombiano e influenciado fuertemente por el tiempo, el territorio y el realismo. El susurro de las tripas fue publicado en tiempos de pandemia con Nueve Editores, editorial con la que repitió su segunda novela, El peso de la guitarra. Desde inicios del año 2023 está exiliado en Argentina, en donde escribió su nueva novela Las tareas de Simón, un acercamiento al estilo surreal e informal que ha buscado por años.

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