El ELN no puede llegar tarde a esta última cita

El ELN no puede llegar tarde a esta última cita

En algún momento de nuestra desdichada historia como país se nos olvidaron dos cosas fundamentales. La primera, que la guerra es una estupidez y la segunda, que las consecuencias de esta nos dejarán secuelas que durarán décadas en enmendarse. La desgracia de Colombia es que tras muchos años seguimos matándonos y desangrando el país y fuera de eso siempre se nos olvida cómo las causas del conflicto y todo se ha ido normalizando de tal manera que parece imposible pensarnos un país sin la existencia de gente armada.

El ELN es un claro ejemplo de ello, su discurso está tan desgastado que su causa es tan anacrónica como innecesaria. En algún momento de su historia de una revolución romántica se desconectaron con la sociedad a tal punto que hoy creen con firmeza que la conquista del poder por el proletariado tiene cabida en el mundo moderno. Y es que, no se trata de deslegitimar que el pueblo o las bases de este puedan acceder al poder, se trata de que la forma y el discurso son casi un fetiche de los viejos revolucionarios.

Tampoco es legitimar a un Estado profundamente violento, como tampoco a una sociedad indiferente a los enormes retos que nos impone la desigualdad política, social y económica, el fondo es que la revolución armada se está extinguiendo por lo retardatario de su discurso y por sus envejecidos postulados que son defendidos a punta de fusil matando gente inocente que no tiene nada que ver con las causas del gran problema de Colombia. 

Las guerrillas en el país deben entender que su tiempo ha pasado, que el daño hecho por la guerra ha dejado heridas tan profundas que ya muy pocos creen en los cuentos de la revolución, aunque también es cierto que las causas del conflicto están lejos de extinguirse y por el contrario se acrecientan día a día. A pesar de esto, nada en el presente -y quizás en el futuro cercano- justifica la violencia como mecanismo para resolver los enormes problemas de un país que tendrá que esperar muchos años para superar sus diferencias.

También es cierto que al ELN le han mentido desde los acercamientos de 1975 con Jaime Castro como delegado del gobierno, durante muchas mesas fallidas de negociación –sobre todo en los años 70 y 80 del siglo pasado– la debilidad del Estado y la falta de voluntad política por parte del gobierno nacional fueron la constante en su momento. Y que, tras varios años asumiendo un rol poco protagónico, dejando ese espacio a las FARC y en su momento al M-19, no reflexionaron que el camino era apostar desde la vida civil a la construcción de un país más justo.

Igualmente, es importante destacar que el ELN cuando más cerca estuvo de abandonar la lucha armada, decidió -porque creo profundamente que fue su decisión y no una consecuencia de la fuerza de los acontecimientos- llegar tarde a la mesa de negociación de Tlaxcala y desde ahí todo ha sido un pandemonio que se ha empecinado en anidarse en las fauces de la sociedad colombiana. 

El narcotráfico desde que encontró lugar en ese raro argumento de “todas las formas de lucha”, acabó por mandar al carajo los intentos de una revolución basada en la justicia social, metiendo el terrorismo y los crímenes de guerra en la discusión y, a hoy, no tienen fundamento. El negocio de las drogas, hasta que algún líder del mundo se le ocurra que el único camino para derrotarlo y de paso privarle de enormes fondos a los violentos es la legalización; siempre estará presente en la ecuación y perpetuará el uso de la violencia.

Quizás, al mismo Estado con sus agentes, a los políticos, a mandos altos y medios de las Fuerzas Armadas y a miles de ciudadanos del país en algún momento habrá que llamarlos por sus nexos cercanos e indirectos con grupos como el ELN, porque la verdad en esta guerra está lejos de alcanzarse y porque no puede existir un conflicto tan largo sin que grandes personalidades estén presentes moviendo los hilos de la violencia. Por ello, es que el narcotráfico con su enorme poder de corromper es el alma y a la vez la llave para destrabar la guerra.

El ELN en la actualidad domina grandes extensiones del país, especialmente las zonas fronterizas en donde se mueven con impunidad, explotan, imponen su voluntad, asesinan, cometen toda clase de crímenes y siguen vociferando un discurso que ya no cala en la sociedad, que no repercute y mucho menos genera espacios para el encuentro y el debate.

Si algo ha hecho bien la derecha y la extrema derecha de Colombia es dominar el conflicto mediático, evidenciar que los movimientos guerrilleros no representan a las mayorías y poner en la palestra pública a las guerrillas como los culpables de todo. Y, al mismo tiempo, si algo ha hecho bien la guerrilla es darle la razón a la derecha política con sus acciones cada día más desconectadas de la sociedad. 

Al ELN hay que recordarle que muy seguramente el gobierno de Gustavo Petro es el último en muchos años con el que se podrá sentar a negociar de una manera más cómoda y, perder esa oportunidad, será el error político más grande de su historia. El secuestro, como el del padre del futbolista Luis Díaz, Luis Manuel Díaz, es una evidente muestra de la estúpida idea de seguir adelante con un conflicto innecesario. La firma de un acuerdo de paz es hoy más que nunca una obligación que debe ser irrenunciable por el gobierno y ojalá al ELN no se le dé por llegar nuevamente tarde a esta última cita con la historia y el país. 

*Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición del medio.

José Vargas

José Vargas

Estudió periodismo para preguntar porque nunca entiende nada y no sabe nada. Es escritor porque en la ficción todo lo entiende y puede dejar de preguntarle a otros para preguntarse él. Escribe cuentos, novelas y cuanto relato se le ocurra para alejarse de la tragedia de ser colombiano. Escribe notas de opinión e investigaciones periodísticas para convencerse que la tragedia tiene forma de político bonachón y ladrón. La tragedia de la realidad es directamente proporcional a la realidad trágica de escribir en un mundo que ya no lee.

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