José María Vásquez Mendoza, un experto y sabio obrero del calzado en Villavicencio

José María Vásquez Mendoza

#Crónica

30/05/2025

Por: Ómar Eduardo Gómez Reina

La mayor parte de sus horas las pasa en silencio, a veces con un viejo televisor encendido y aplicado en su taller de reparación de calzado del barrio Barzal Bajo, en su remontadora, un tipo de local cada vez menos frecuente. A sus ochenta y siete años a don José María nunca se le ve agitado, triste o de mal genio. Lo conozco desde 2016. Cada tanto regreso a su taller por causa de alguna descosedura en mis tenis.

—Yo soy colombo-venezolano, mi madre era de Riohacha y mi padre de Cumaná, Estado Sucre. Soy zapatero hace setenta y cuatro años. Tenía trece cuando empecé de aprendiz.

Marzo de 2025. Foto: Ómar Eduardo Gómez Reina.

José María nació el 27 de septiembre de 1938 en San Isidro, un barrio obrero de Barranquilla. Recuerda la dirección de su casa paterna, calle 48 n° 22 – 27.

Desde el momento en que empieza el relato de su vida se define a sí mismo como obrero, uno que sabe con precisión el margen de ganancia que a pesar de los altibajos en su vida errante, desde un comienzo le ha brindado de forma puntual su digno sustento.

Entre los trece y los catorce años trabajó en Faitala y en Everflex, entonces dos grandes fábricas barranquilleras de calzado.  

—Siempre he ganado el doble del mínimo y un poco más. El mínimo es almuerzo, desayuno, comida y dormida… ¡Y yo que bebía! [Risas].

Marzo de 2025. Foto: Ómar Eduardo Gómez Reina.

A los once años, el 3 de noviembre de 1949 perdió su pierna derecha en un juego que consistía en encaramarse y cuadras después saltar de un vagón del tren que salía de Santa Marta hacia Urabá. Con todo y ello, en 1957, a los diez y nueve dejó su tierra en busca de otros horizontes, primero en la Guajira: Dibulla y Riohacha, luego en el Cesar, en Valledupar y Codazzi donde trabajó dos días por primera y última vez en el campo en una fina algodonera.

—Allá donde sale el sol a las cinco de la mañana y a las siete de la noche todavía está alumbrando. Yo ni siquiera conocía el azadón. Me pagaron con cigarrillos porque no había efectivo. Los vendí y compré unas yerbas que podían ayudarme [con los dolores de la pierna]. En esa época no contaba con una prótesis.

De Codazzi pasó a Norte de Santander, a Ocaña, a otro taller hasta que se acabó el trabajo. En 1958 se empleó durante seis meses en Cúcuta. Encontró de nuevo empleo con relativa facilidad.

—A los artesanos del calzado de acá los arruinaron los chinos.

Recuerda luego su llegada a Bogotá en noviembre del cincuenta y ocho.

—¡Fría! por lo riguroso de la época los vestidos eran negros, gris o café. Duraba hasta quince días lloviendo y yo decía, ¡¿será que aquí no escampa?!

Trabajó dos años en la capital. En el sesenta regresó a Cúcuta. Ingresó a una fábrica del barrio El Contento.

—Donde un señor de apellido Espitia. Seis meses. Ahí se puso duro y me fui, pero trabajaba al mismo tiempo en San Antonio, Venezuela.

Los costos de producción “daban la base”.

 —Un zapato que salía a diez centavos en San Antonio lo vendíamos en Cúcuta a veintiocho centavos. Es que era muy fácil antes de que llegaran los chinos.

De Venezuela pasa a Bucaramanga, por excelencia ciudad productora de calzado.  Recuerda que en uno de los talleres había tres obreros nada más, que se hicieron buenos amigos y ganaban muy bien, pero su espíritu viajero lo llevó pronto a Medellín, a una fábrica grande llamada José Miel. De Medellín, en el sesenta y uno “bajó” a Risaralda, primero a Pereira y luego a La Virginia en un periplo de tres semanas.

—Ahí había dos guarnecedores y cuatro soladores.

Los guarnecedores son aquellos que ensamblan, cosen y prearman las piezas que componen un zapato.

—Las piezas de arriba.

Los soladores son aquellos que luego “montan” el zapato a la suela. José María trabajó allí como solador.

Continuó su itinerancia en Cali. De nuevo, diferentes talleres. Recuerda bien el de un ecuatoriano.

—Calzado Aguilera.

Pero terminó por aburrirse con lo estricto de los horarios.

En esta parte del relato hace referencia a un denso nubarrón ya superado.

—El mayor problema que tuve en la vida es que duré veintidós años bebiendo.

En 1962 empezó su adicción al alcohol en Medellín.

—El trago lo vuelve a uno inteligente, rico, guapo y bonito. Más bonito que un borracho no hay nada [Risas].

En el sesenta y nueve regresó a Bogotá. Trabajó en Las Cruces y el Restrepo.

—¡Oiga, ahí donde sea hay talleres de calzado, toca uno en cualquier parte y ahí hay un taller!

En 1970 regresa a Cúcuta.

—Duré seis meses otra vez.

Del setenta y uno al setenta y seis reside de nuevo en Bogotá, compra una fracción de la Lotería de la Cruz Roja y se gana $25.000.

—Un platal.

—¿Se lo bebió?

—No me lo bebí, pero no trabajé, porque negro con plata no va a trabajar. Me dediqué a andar en bus y al cine, a ver películas. Me las vi todas. También me la pasaba en museos, que el de la plata, que el del oro.

Ese año regresó a Barranquilla, expidió su Registro Civil y pasó de nuevo a Venezuela, en pleno despunte de la bonanza petrolera. Maicao, Maracaibo y Caracas. Allí se instaló siete meses, hasta el setenta y siete. José María estaba en su mejor momento laboral.

—Los zapateros en Caracas ya trabajaban en cadena. Yo ganaba bueno. Nosotros no trabajamos por días, sino por producido. Trabajaba seis horas diarias en la fábrica de un italiano y estaba haciendo papeles para entrar como instructor en el INCES [Instituto Nacional de Capacitación y Educación Socialista].

Pero.

—En medio de una borrachera tremenda me vine para Colombia, para Santa Marta, donde un hermano. Ahí duré ocho días.

Una depresión crónica derrumbó a José María.

—Uno en un estado depresivo es un ente, nada le motiva.

De forma intempestiva José María toma un bus hacia Bogotá y recala en una agencia de Expreso Bolivariano.

—No sé por qué me sonó. Me puse a andar y a andar. Luego me devolví y me embarqué para Granada. Hasta ahí llegaba el bus.

De nuevo sin pensarlo cogió otro bus, llegó a Puerto Lleras, se alojó durante un mes en un hotel, dedicó sus días a recorrer el municipio y se embarcó por curiosidad en un ferri que recorría un tramo del río Ariari. Terminó por agotar sus ahorros y decidió instalarse en Villavicencio.

—Conseguí un poco de cordura cuando se me acabó la plata. Trabajé primero como obrero dos años en diferentes talleres. Recuerda en particular uno del barrio El Porvenir, cerca a Maderas Yaya.

—Hacía $2.000 semanales, pero se me dañó la prótesis. Una docena de zapatos dejaba una ganancia de $500, y yo me venía haciendo cinco o cuatro docenas a la semana. Entonces hice una reflexión: yo estoy desperdiciando mi tiempo. No debo ganarme menos de $5.000 a la semana. Y así lo hice, ahí ya conseguí un dinerito, en dos años conseguí un plante y empecé a remontar zapatos.

En la carrera treinta y cuatro alquiló un local contiguo a la antigua estación de gasolina del barrio Barzal Bajo. Pronto se trasladó, pasos abajo, a la calle 36 n° 36 – 20, al local donde hoy, desde 1982 trabaja sereno y resuelto.

Marzo de 2025. Foto: Ómar Eduardo Gómez Reina.
Marzo de 2025. Foto: Ómar Eduardo Gómez Reina.

—En esta casa vivo desde el setenta y siete. Ya voy a cumplir cuarenta y nueve años.

La antigua edificación alberga en alquiler a diez personas y dos negocios, DUBY, la remontadora de calzado de José María, y un local de servicio técnico para computadores.

—¿Por qué se llama DUBY?

—Porque DUBY significa: Debo Utilizar Bien los Ingresos. Es con i latina, pero esta i es más de caché [Sonríe].

Marzo de 2025. Foto: Ómar Eduardo Gómez Reina.

José María cursó hasta tercero de primaria. En 1982 a través de un programa especial del ICFES se hizo bachiller. Decidió no tener cónyuge ni hijos.

En 1979 ingresó a un grupo de Alcohólicos Anónimos. Desde el ocho de enero de ese año hasta la fecha no se bebe un trago.

—Alcohólicos Anónimos le brinda a la persona una hoja de ruta, pero no es fácil, uno tiene unos programas que le queda muy difícil bajar. Por la gracia de Dios un día logré parar, y entonces empecé a crecer. A mí ya me falta poco para entregar la patente.

Cada tanto acuden a su remontadora algunos paisanos. Julio De La Hoz, barranquillero, y el profesor Hugo Hernández “Ojitos”, de Cartagena.

Llaman la atención unas pinturas de mediano formato que cuelgan de los muros. Son creaciones de artistas populares que cada tanto pasan por allí y a los cuales José María, con gusto, decide apoyar.

—A mí los pintores me parecen la gente más feliz del mundo porque hacen lo que les gusta así les toque como les toque.

Marzo de 2025. Foto: Ómar Eduardo Gómez Reina.

Lo invito entonces a que visitemos el próximo lunes a primera hora, “Los Llanos Orientales de Colombia en Colección de Arte del Banco de la República”, la exposición en curso del Centro Cultural del Banco de la República.

José María llega puntual a la cita. No conocía el lugar. Disfruta de la exposición en detalle. Lo invito a desayunar. Al finalizar su relato hace hincapié en la importancia de la aceptación, en abrazar lo que sucede, —lo que es—. Hace poco falleció mi madre. José María, como ella, también de cabello plateado, con sus palabras y voz sosegada me colabora en el tránsito de este duelo.

Marzo de 2025. Foto: Ómar Eduardo Gómez Reina.

Nos despedimos. Se aleja sin prisa. Otra laboriosa, afable y silenciosa jornada le espera.

(Villavicencio, abril 10 – mayo 16 de 2025).

*

Regreso a la remontadora DUBY para saber cómo anda de salud nuestro protagonista y para pedirle el favor que me precise unos últimos datos para esta crónica. Sin novedades. Se encuentra bien. Me cuenta, entre otras cosas, que hace poco se acordó del nombre de la fábrica del italiano en la que trabajó en Caracas.

—Zuly Reina Pina.

Antes del apretón de manos, de salida, sonríe y enfatiza:
—Yo vivo un solo día a la vez. En Alcohólicos uno aprende, “Solo por hoy”. ¡Eso facilita la vida una berraquera, oiga!

Mayo de 2025. Foto: Ómar Eduardo Gómez Reina.

(Villavicencio, mayo 21 de 2025).

Ómar Eduardo Gómez Reina

Ómar Eduardo Gómez Reina

Artista plástico, investigador, curador. Ha desarrollado su obra a través de múltiples medios expresivos: pintura, fotografía, dibujo, grabado, trabajo instalativo, performance y música experimental. Desde su época de estudiante, su producción simbólica ha sido objeto de reconocimiento académico y profesional con distinciones en certámenes definitorios para el campo del arte nacional y regional tales como el Salón Francisco Antonio Cano -Universidad Nacional-, el Salón Nacional de Arte Joven -Galería Santafé del Planetario Distrital-, el programa expositivo Arte Joven -Museo de Arte Moderno de Bogotá-, el Salón Regional de Artistas zona centro y zona Orinoquia –Ministerio de Cultura-, el programa Salón Nacional de Artistas –Ministerio de Cultura-, el programa expositivo Imagen Regional –Banco de la República-, el Salón Nominados -Fundación Gilberto Alzate Avendaño-, la Semana Latinoamericana de Arte independiente y el Premio Departamental de Artes Plásticas del Departamento del Meta entre otros. Autor del libro Los relatos del anónimo cronista de montes y de la investigación curatorial Los Llanos Orientales de Colombia en la Colección de Arte del Banco de la República.

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