Mi único superhéroe

Mi único superhéroe

#Opinión

13/08/2024

Por: José Vargas

Cuando yo era niño mis figuras simbólicas de poder, que normalmente son vendidas por la televisión, fueron muy pocas, uno que otro hombre vestido con una trusa de colores que volaba por los aires o un multimillonario vestido de negro que reventaba a golpes a hampones cada noche. Me aburría con regularidad viendo cosas en la “caja mágica” o “caja tonta” para no romantizarla, por lo que desde muy temprana edad me acerqué a los libros que mis padres ponían en una vieja biblioteca destartalada. Fui feliz viendo mapas e imágenes del mundo en cuanta enciclopedia encontraba.

Crecí en la Colombia horrible de finales de la década de los 80, la Colombia que vio el Palacio de Justicia arder y que luego, por esos azares miserables, fue silenciado mediáticamente por la tragedia de Armero. Crecí en los años del exterminio de la Unión Patriótica y de la guerra de los carteles de la droga. Vi los horrores de las bombas de Escobar, las tomas guerrilleras y las masacres de los paramilitares. Todas esas cosas las vieron niños y niñas en Colombia en los 80 y 90 y nunca ningún movimiento de resistencia civil pudo parar o frenar el pandemonio de una guerra que ha dejado más de 500 mil muertos, 9 millones de desplazados y otros tantos millones de asilados, exiliados y refugiados en varios países del mundo.

Un día, mi padre, que era un fiel consumidor de las noticias de la noche, se quedó en casa hasta que el noticiero CM& finalizó y ahí, en ese momento y como una revelación en mi vida, vi por primera vez a un flaco de lentes hablar cosas que no entendía, pero me hacía reír. Jaime Garzón tenía la virtud de la risa, ya sea porque uno entendía muy bien su picante sátira política o porque su cara generaba risotadas en los televidentes. Hablar de política en Colombia era muy peligroso en los 90, pero hacer reír a la gente a partir de la política y que poco a poco la ciudadanía empezara a comprender las vicisitudes del poder, era hacer pedagogía en vivo y en directo y eso era algo nunca antes visto.

Jaime no era un humorista, era un pedagogo hábil, fascinante, iluminado y con el increíble poder de la clarividencia. Jaime hizo que millones de colombianos y colombianas no solo se interesaran por la política, sino que comprendieron que el poder es del pueblo y los de arriba están allá para servir. Jaime desafió al establecimiento, al empresariado, a los que dicen ser de izquierda y a los de derecha, a los de arriba y les dijo a los de abajo que el poder les pertenecía. Con Garzón empezamos a comprender que el problema éramos nosotros mismos, que nadie iba a venir a rescatarnos y que la desgracia más grande era la clase política cuya única virtud era atornillarse en el poder.

En vivo y en directo y con 13 años empecé a comprender cómo funcionaba el sistema, cómo nos manejaban de manera descarada y cómo necesitábamos despertar. De las enciclopedias pasé a los libros de filosofía y política, a leer prensa y comparar puntos de vista, a contrastar, a desconfiar de las cosas que se vendían como verdad en la televisión. Garzón fue mi primer profesor de periodismo sin él proponérselo y yo sin saberlo.

Por primera vez me peleé con mis padres por ver televisión y ellos se dieron cuenta de que ver a ese flaco de lentes con las ocurrencias de sus personajes era lo único que me interesaba en la vida y que mandé al carajo a los superhéroes yanquis. Jaime Garzón era todo lo interesante en mi juventud, mi rebeldía encontró reposo cuando entendí, cuando comprendí las diferencias y cuando la risa me apaciguó los bríos contestatarios. Por primera vez recibí clases de educación política y de funcionamiento del Estado, por primera vez entendí el mierdero de país en el que estaba creciendo, que la Patria Boba nunca terminó y que el Frente Nacional estaba más vivo que nunca.

Heriberto de La Calle y el arte de entrevistar, su mirada, curiosamente de abajo a arriba, como el pueblo que mira a sus gobernantes, su piel morena, su sonrisa mueca, sus ropas humildes, pero su certeza, casi aguda, para decirle con sutileza ladrón al que tenía al frente era algo que me cautivaba. Un hombre humilde que juzgaba desde abajo al poderoso. Del otro lado estaba Godofredo Cínico Caspa, la figura ortodoxa y conservadora que me permitió entender que los políticos realmente se creen el cuento y por eso son peligrosos, no por políticos, sino por convencidos.

La tolimense Dioselina Tibaná me contó que dentro de la Casa de Nariño vive gente común y corriente, personas que nacieron llorando igual que yo, que comen cosas más elaboradas, pero que defecan como todo ser humano. No hay doctores, o gente ilustre en palacio, tampoco personas decididas a darnos la paz o a mejorar las condiciones de vida de millones, no, allá hay ladrones, pero ante todo gente nada especial.

Néstor Elí me relataba los secretos de los poderosos, me dijo que Samper era un títere de los Rodríguez Orejuela, sí, tuvimos un presidente puesto por la mafia, eso hay que establecerlo, hay que aceptarlo y decirlo sin tapujos. Tuvimos un presidente de la República puesto por un cartel del narcotráfico. Que Pastrana era idiota, que hundió a Colombia con medidas económicas que aún hoy nos cuestan y cuando se vio acorralado le entregó el país a la guerrilla, que no iban a pactar la paz porque ni ellos ni Pastrana estaban listos y convencidos. Ambas partes se vieron las caras en el Caguán porque el destino los llevó a los empujones a ese punto.

Con Quac, el noticero, dije por primera vez lo que quería ser cuando fuera un adulto. Ese día le dije a mi madre mientras ella hacía arepas que yo quería ser periodista, claro, ni ella ni yo lo tomamos en serio, yo era muy joven y quizás lo dije por la efervescencia del momento, pero, por fortuna, años después esas palabras se cumplieron. Se cumplieron no el día que recibí un título universitario, sucedió cuando por primera vez vi mi nombre en una nota de prensa que escribí para un medio de comunicación de mi universidad mientras aún estudiaba y con el que me iba en contra de la misma institución.

Jaime Garzón ha sido desde ese momento y creo que para siempre el único superhéroe válido en mi cabeza llena de ficciones, historias y anhelos por escribir toda la vida. Ver o escuchar a Jaime producía sensaciones de esperanza porque con él comprendí todo a mi alrededor, Jaime, sin temor a equivocarme, me liberó.

A Jaime lo mató el Estado colombiano, así los padres de la patria lo nieguen, la orden vino desde arriba, el crimen fue planeado y perpetrado por la derecha armada que recibió apoyos del Ejército, de la Policía y del DAS, todos confluyeron esa mañana horrible para que un sicario destrozara la maravillosa cabeza de Garzón. Ese día se acabó la vida para millones que nos sentábamos en las noches frente a un televisor a reírnos, nos arrebataron la risa y las ganas de creer en un país en paz porque si se atrevieron a matar a Jaime era imposible creer en las palabras de los dirigentes y grupos armados que hablaban y hablaban de paz.

La Colombia de finales del siglo XX estaba sumida en la violencia, la corrupción y la cocaína, el país navegaba para todas partes y para ninguna parte, del proceso ocho mil pasamos a las tomas guerrilleras, a las masacres despiadadas de los paramilitares, a los mal llamados falsos positivos, al asesinato de líderes y lideresas. Si para la derecha exterminar a Jaime era recuperar su endeble poder, en realidad nos sumieron en los peores años de la historia. Esa fue la Colombia en la que crecí y me formé, la misma que años después cuando ganó el no en el plebiscito por la paz me terminaron por destruir las ganas de creer que algún día viviríamos en paz.

Jaime es uno de los colombianos más grandes de nuestra historia, no lo romantizo, solo le doy el lugar que se merece por la pedagogía de la liberación que practicó y por ser mi figura intelectual y moral tutelar. Todas y cada una de las acusaciones que recibió en vida y que sigue recibiendo no provienen del odio, vienen de la ignorancia, esa misma que él intentó despejar para la construcción de un país en paz que entendiera que “nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie ni hacerle mal en su persona, aunque piense y diga diferente”.

*Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición del medio.

José Vargas

José Vargas

Estudió periodismo para preguntar porque nunca entiende nada y no sabe nada, por admiración a Jaime Garzón y por creer que alguien tiene que contar la historia. Por convicción es cuentista y novelista, más y mejor lo primero que lo segundo. Escribió su primera novela inspirado en el Llano colombiano e influenciado fuertemente por el tiempo, el territorio y el realismo. El susurro de las tripas fue publicado en tiempos de pandemia con Nueve Editores, editorial con la que repitió su segunda novela, El peso de la guitarra. Desde inicios del año 2023 está exiliado en Argentina, en donde escribió su nueva novela Las tareas de Simón, un acercamiento al estilo surreal e informal que ha buscado por años.

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