Trump, Bukele y Milei: la narrativa ‘outsider’

Los discursos ‘outsiders’ ganan terreno por dos factores que considero claves, el primero, porque vende la idea del sueño sobre la tenencia (material) y eso es más poderoso en el ideario de la masa que sus derechos. Y lo segundo, porque se han especializado en vender miedo, enemigos y al mismo tiempo soluciones rápidas sin importar si atentan contra las libertades, incluso contra la masa crítica de votantes.

Donald Trump dijo en un discurso que él “podría disparar a la gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”, que los mexicanos eran “violadores”, repitió frases relacionadas con el muro para detener a los migrantes miles de veces, incluso fue tan lejos que, en declaraciones a la prensa llegó a decir que: “me gustan los mexicanos, pero México no es nuestro amigo. Ellos nos matan en las fronteras y nos están matando en los trabajos, y en el comercio”. Esas frases tenían como propósito venderle al trabajador empobrecido de su país que todo era culpa de los migrantes y hasta del país del sur, aunque la balanza comercial claramente está a favor del norte.

Trump dijo a los y las estadounidenses que su país fue grande, que ya no lo era, pero que no debían preocuparse porque él haría a América (Estados Unidos) grande de nuevo. Les habló de derrotas constantes; que México comercialmente tenía destruido a Estados Unidos y que China se estaba imponiendo. Que Putin -presidente de Rusia- se hacía con el control del comercio de hidrocarburos, que era una amenaza, pero que él podía con una sola llamada frenar al líder ruso. Habló de los judíos calificándolos de usureros, reprochó el acuerdo nuclear de Irán, dijo que Kim Jong Un -dictador de Corea del Norte- tenía méritos para estar en el poder y que había que reconocérselo.

Ha despotricado de las mujeres hasta el cansancio: “las mujeres son cerdas, gordas y muy perras. Sin duda, son animales desagradables”. Calificó la leche materna de “repugnante”, en un debate electoral se refirió a Carly Fiona -precandidata republicana a las presidenciales- como: “no solo es mujer, además es fea”. Aseveró que las mujeres de su programa ‘El Aprendiz’ habían “ligado” con él y que ese comportamiento era de “esperarse”. Reconocía que él creía que las mujeres cuando ganaban lo hacían por su apariencia física y lo dijo ante millones en su programa de televisión y luego manifestó que: “Las mujeres son objetos estéticamente agradables”.

Por su parte, el líder salvadoreño, Nayib Bukele, apela a una forma que podría considerarse como más sosegada, incluso usa un tono burlón, lastimero y hasta condescendiente. “El poder está en sus manos, en las manos de todos (…) Se los he pedido humildemente en muchas ocasiones, y hoy lo vuelvo a hacer: no me dejen solo”. Bukele le dice a la gente que la situación es dura, que ellos, el pueblo, tienen el poder, pero que no lo dejen solo, que los necesita porque él puede darle la solución a sus problemas.

Bukele es un líder maniqueísta y grandilocuente; o algo es bueno o algo es malo, no hay tonos intermedios, todo lo lleva a los extremos y sus actos son únicos e irrepetibles. Apela a frases que contienen expresiones como: “nunca en la historia de mi país”, “la primera vez que un presidente”, “haremos lo que nunca se ha hecho”, “la cárcel más grande”,y “el hospital más grande”. El líder salvadoreño vende siempre una idea: él sobre todas las cosas, pero al mismo tiempo le dice a la gente que ellos tienen el poder.

En sus recursos narrativos menciona a Dios y a la familia y eso despierta algo en la masa: miedo, pero no porque la gente le tema a lo divino, sino porque lo que hay del otro lado los asusta y a Dios históricamente lo han fundamentado sobre la salvación de quienes creen y de la perdición de quienes no. Dios es un instrumento para alinear entre lo bueno y lo malo, es una figura reduccionista para moldear las estructuras sociales. Bukele glorifica al pueblo, lo ubica en la posición de poder mientras dinamita las instituciones y persigue a la oposición.

A las fuerzas armadas de su país las ha vendido como un modelo de lo que es correcto, ha sido condescendiente con otros países para hacer ‘negocios’, pero al mismo tiempo arremete con una andanada de improperios contra gobiernos a los que considera contrarios a sus ideas. Habla de penalizar y penalizar, de usar la fuerza y de cárceles y más cárceles; e instrumentaliza acciones de su gobierno -como la educación- para justificar sectores en los que su mandato flaquea, como la reducción de la pobreza, problema que en cuatro años ha aumentado varios puntos, a casi dos millones de personas durante su gobierno.

En el sur del continente ha aparecido Javier Milei, un hombre que se enuncia como ‘libertario’ y que en campaña política dio catedra de todo lo políticamente incorrecto, pero que agradaba a millones por venderse como el único capaz de frenar el descalabro económico argentino, uno de los peores en el mundo. Este presidente usa una frase que es como su caballo de batalla: “qué viva la libertad, carajo”, que vende sus ideas como las únicas posibles para enfrentar una crisis que la atribuye a la izquierda política del país.

El ascenso de Milei en un país tan garantista puede ser hasta una contradicción, pero como sus ideas se centran radicalmente en los problemas económicos; fue ganando adeptos con mucha rapidez y se posicionó con ventaja en todas las encuestas, en las elecciones primarias y hasta convertirse en presidente de la Argentina. Prometiendo reducir la inflación, pero al mismo tiempo vendiendo un enemigo ya conocido: la hiperinflación, como la que desoló al país a finales de los 80 y principios de los 90. A la ciudadanía del común parece que poco o nada le importa las ideas extremistas de Milei.

En medio de ese panorama de desesperación para casi cuarenta millones de personas; este ‘libertario’ sale -en redes sociales, en entrevistas, en foros y en cuanto espacio le abren- con sus andanadas contra casi todo lo que se mueva. Milei defiende el mercado por encima de todas las cosas, cree fielmente que este se regula solo y que su país tiene que abrirse al mundo para que la ‘salvación’ llegue en forma de riqueza. Aunque, a pesar de su discurso, las formas y los hechos van en otra dirección.

Él también defiende la idea de que el calentamiento global es un mito, de que hay que consumir sin importar los daños y hasta ha mencionado cosas tan impopulares como: “Una empresa que contamina el río, ¿dónde está el daño?” Ha defendido la venta de órganos, incluso oponiéndose a los límites morales y restricciones legales del proceso de donación, los cuales están sujetos a la deontología médica. Ha manifestado que admira a Margaret Thatcher, la líder del Reino Unido que lideró la retoma de las Malvinas. Incluso ha llegado a asegurar que no peleará por la soberanía de las islas.

Es un negacionista de los crímenes durante la dictadura, de hecho, su vicepresidenta, es hija de militares de la época de la Junta Militar. A pesar de ello, nunca ha manifestado que algunos, por no decir que muchos problemas económicos del país, provienen de esos años. Se fue contra el Papa en campaña y siendo presidente se reunió con él. No cree en el Estado, el mismo que le permitió hacerse con el poder, incluso, cree que la mafia tiene mayores capacidades para competir en el mercado que el aparataje estatal.

Milei ha prometido “dinamitar” el Banco Nación, que no es otra cosa que una manera violenta de decir que lo cerrará, acusándolo de ser en buena medida el responsable de la crisis financiera y que, dolarizar, es uno de los caminos para salvar el país. Por todas partes en su narrativa hay gritos, grandilocuencia y apela, casi siempre a un solo tema: la economía, lo más sensible en el país.

El discurso ‘outsider’ de Trump, Bukele y Milei tiene un eje en común, el rechazo a las formas establecidas, lo cual es ejercido de diversas maneras; Trump sembrando enemigos comunes que, como él lo define, están destruyendo el país: los migrantes, China, el Estado Islámico y los demócratas. Bukele apelando a los valores cristianos para salvar el país de los violentos, de los políticos de la oposición y de organismos internacionales y, por último, Milei gritando a los cuatro vientos que el único culpable de la debacle es el proteccionismo económico y el estado garantista.

Los tres apelan a formas de discursos violentos, recalcitrantes y demagógicos, pero su éxito recae principalmente en que han sido capaces de crear un enemigo y venderse como la solución al problema. Trump salvará a los Estados Unidos de la decadencia, Bukele de los violentos y Milei del desastre económico. El discurso ‘outsider’ ha demostrado que seguirá siendo útil porque la masa necesita soluciones sin importar que sus derechos sean violentados. 

*Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición del medio.

José Vargas

José Vargas

Estudió periodismo para preguntar porque nunca entiende nada y no sabe nada. Es escritor porque en la ficción todo lo entiende y puede dejar de preguntarle a otros para preguntarse él. Escribe cuentos, novelas y cuanto relato se le ocurra para alejarse de la tragedia de ser colombiano. Escribe notas de opinión e investigaciones periodísticas para convencerse que la tragedia tiene forma de político bonachón y ladrón. La tragedia de la realidad es directamente proporcional a la realidad trágica de escribir en un mundo que ya no lee.

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