Yo no los odio, yo los desprecio

Yo no los odio, yo los desprecio

#Opinión

06/08/2024

Por: José Vargas

El movimiento de los indignados es la cosa más recalcitrante, torpe, miope e interesada que existe. Desde la aparición de las redes sociales estas personas han ido al vaivén de los intereses comunicativos hegemónicos y han construido una narrativa sin sentido sobre los valores humanos que conducen al lado contrario, a la deshumanización e instrumentalización del dolor para el beneficio de las corporaciones y gobiernos que los usan como idiotas.

Siempre he desconfiado de aquellos que oran y exigen orar y nunca actúan, de aquellos que se suben a altares morales y edifican apariencias direccionadas por la inmediatez de los medios de comunicación, porque se puede ser parte de algo desde la indignación. Son aquellos que al ver una imagen que invita a la acción de repudio o rechazo; la copian, la comparten y ponen “manitos” de oración, un emoticón más usado que el papel higiénico. Los indignados de las redes sociales en algún momento perdieron el cerebro o lo vendieron y, lo que es peor, no les pagaron.

Esto no quiere decir que no rechace o esté en desacuerdo con asumir posiciones ante las injusticias, atentados contra la humanidad, la vida y la libertad, no, no me estoy refiriendo a eso. Hablo de indignarme por moda, porque alguno o alguna se inventó un hashtag de “oremos por” que se volvió tendencia y, válgame Dios, no es bueno quedarse por fuera de lo que es “viral” en redes sociales. No se dan cuenta de que el fetiche del mercado los arrastra a la inmediatez que alimenta a una bestia enorme que usufructúa miles de millones de dólares gracias a esas “tendencias”.

Son una banda de indignados selectivos, si esto no me da “likes” no lo subo a mis redes, o si aquello me hace quedar mal mejor no lo comparto. Son hipócritas de la peor calaña. Se inventan retos, no por solidaridad, sino por conveniencia, crean tendencias para decir “estoy indignado”, pero sus actos diarios van en contravía, porque viven de una manera en sus redes y de otra en su vida diaria. Los indignados van en el balanceo de las olas de un mar corporativo que los usa, que los aprovecha y los manosea para sus intereses y cuando algo escapa del control de quienes manejan el mundo, estos simplemente mueven botones y allá afuera la gente responde como zombis.

A los indignados se les cayó el internet con los cien mil civiles muertos en Irak. Con el más de un millón de refugiados en Sudán en menos de un año de guerra civil y sin que los idiotas suban “manitos” de oración pidiendo el fin del conflicto. Se les olvidó indignarse con la guerra comercial entre EEUU y China que elevó los precios en todo el mundo, generó la crisis de los contenedores y solo robusteció a estas dos potencias en detrimento de las economías emergentes, como la colombiana. No se indignaron con los 3.404 civiles asesinados en el Dombás por parte de las fuerzas ucranianas desde el Euromaidán hasta la invasión rusa.

El chip de la indignación se les encendió cuando alguien dijo “solo yo tengo derecho de hacer la guerra” y movilizó a los idiotas en las redes para que lo respaldaran, sin darse cuenta de que ese que pide paz y justicia ha invadido, asesinado y saqueado como nadie en la historia de la humanidad y los indignados felices con sus “likes”. Estallaron los #PrayFor porque si es en inglés es más cool, aparecieron las “banderitas” con sangre, porque así es más vistoso, se vio un Jesús blanco, desde luego, llorando y con sus manos sosteniendo un pueblo que sufre; esa imagen inundó el internet y la gente compartiendo en segundos.

Escribieron frases que pedían justicia, paz, democracia, igualdad, respeto y derechos y todo aquel que no haga lo mismo es un paria o al que piense que esas publicaciones son estériles lo destrozan en las redes. Son la posverdad, el martillo de Dios, son expertos en violencia simbólica sin darse cuenta. Esos que piden paz y suben estados patéticos demandando justicia, son los mismos que creen en la justicia por mano propia o se alegran por ciertas tragedias y solicitan oraciones por otras, porque para ellos hay muertos buenos y muertos malos.

Los indignados se ofenden y dan lecciones en público cuando alguien se mete en una fila, pero no se ofenden cuando a sus hijos un político los pone a trabajar en una gobernación o alcaldía porque lo apoyó en campaña, eso se llama clientelismo y es el germen de la corrupción. La “gente de bien” es la que se gana contratos amañados en el sector público y señala al raponero, uno es un ladrón malo, el otro es un gran empresario. No se indignan con ese político que secuestra entidades para poner a su gente a trabajar y al final del mes le pide una parte del salario, pero se indignan con los atentados a la democracia en el país vecino.

Nunca se inventaron hashtags, frasecitas, imágenes y mucho menos a un Jesús blanco llorando cuando la rata de Alan Jara se robó Llanopetrol o cuando hicieron fiestas con la plata de los escenarios deportivos, pero ahora se toman fotos en el estadio y en el coliseo y cuando cierto equipo gana algo le dan las gracias a su dueño, uno de los hampones que se robó parte del dinero de esas obras. No se indignan porque les da miedo señalar al “doctor” que le está “dando trabajo” a su hijo, no se indignan porque ese hombre o mujer es de “familia y de Dios” y seguramente todo es un malentendido y no es un ladrón.

Nunca hubo tendencias, marchas, frases, imágenes, hashtags por el escándalo de Reficar que nos costó 5 billones de pesos, ni con el cartel de la hemofilia y sus 86 mil millones de pesos en tratamientos a pacientes falsos, ni con Interbolsa que sacudió toda la economía del país, ni por SaludCoop, ni por los 2.2 billones del carrusel de la contratación. No, nunca se indignaron, siguieron sus vidas, se dieron cuenta de que hacer algo en redes era perder el tiempo porque eso no les iba a dar “likes”. Los indignados son imbéciles.

Aplaudieron las múltiples sanciones de los Estados Unidos al régimen venezolano que no es otra cosa que el sufrimiento del pueblo, porque los líderes viven en palacios, mientras la gente se muere de hambre. Washington apuesta con “bombardear” las economías de sus adversarios para que exista tal descontento en las masas con el fin de promover levantamientos y la caída del gobierno, pero esa apuesta condena a las personas y en muchos casos no funciona, solo basta con ver a Rusia y su economía creciendo al 4 % mientras muchos países de Europa no pasarán del 1 % positivo al finalizar el 2024.

No se indignaron cuando un día a la media noche y tras el inicio de la guerra entre Rusia y la OTAN en suelo ucraniano un avión de la DEA llegó a Caracas y negociaron la compra de petróleo venezolano para sustituir el ruso, mientras en los canales oficiales los portavoces de Estados Unidos seguían diciendo que Maduro es un dictador. Hoy, la Venezuela socialista, la señalada por occidente de atentar contra la democracia y su propio pueblo, envía al norte 224 mil barriles de petróleo al día. Deberían estar indignados por las jugarretas de los yanquis que cobran la vida de miles de jóvenes ucranianos en los campos de batalla y de los venezolanos en las protestas.

No se han indignado con los cientos de muertos en el Tapón del Darién, la mayoría venezolanos, con los cerca de 1.200 casos documentados por Human Rights Watch de violaciones y agresiones sexuales en ese cruce fronterizo, o con las condiciones de precariedad laboral que enfrentan millones de venezolanos en toda América Latina, en muchos casos, muy cercanas a la esclavitud en países como Panamá, Perú y Chile, curiosamente, los mismos países que piden libertad, justicia y democracia.

Nunca se indignaron con el “chistecito” xenófobo y clasista de “yo sí tengo que comer” o “en mi casa sí tengo papel higiénico”. No, desde luego que no, eso les producía risa, hicieron memes, la tía o el tío camandulero lo compartió en el grupo de WhatsApp de la familia y ahora piden justicia y hablan de moral. Hipócritas. Nunca se indignaron cuando los medios de comunicación rotulaban al criminal con su país de origen y se esparció la idea de que la delincuencia era un asunto derivado de la migración, sin darse cuenta de que Colombia siempre ha sido un país violento y peligroso por manos colombianas.

Ahora, uno de los/as indignados/as que se sentirá aludido por este escrito, me dirá que yo estoy indignado por escribir esto, lo harán porque su comprensión lectora es tan pobre como su capacidad de análisis y porque de alguna manera deben defenderse de aquello que hacen sin justificación alguna. No, yo no estoy indignado por su indignación, ni los odio, yo, realmente, los desprecio.

*Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición del medio.

José Vargas

José Vargas

Estudió periodismo para preguntar porque nunca entiende nada y no sabe nada, por admiración a Jaime Garzón y por creer que alguien tiene que contar la historia. Por convicción es cuentista y novelista, más y mejor lo primero que lo segundo. Escribió su primera novela inspirado en el Llano colombiano e influenciado fuertemente por el tiempo, el territorio y el realismo. El susurro de las tripas fue publicado en tiempos de pandemia con Nueve Editores, editorial con la que repitió su segunda novela, El peso de la guitarra. Desde inicios del año 2023 está exiliado en Argentina, en donde escribió su nueva novela Las tareas de Simón, un acercamiento al estilo surreal e informal que ha buscado por años.

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