Así que suponía que cuando Carlos le hablaba al animal, esas palabras tenían que ser certeras y que el perro, con su capacidad de entender a los humanos, se daba cuenta de que Carlos era feliz con tan solo verlo mover su cola. Ambos eran felices, no sé si eran conscientes que de eso dependía del vínculo que los ataba sin razón aparente, pero desde ese día confío mucho más en los hombres que caminan solos y en los perros callejeros.